Estos días estuvimos trabajando mucho en Urban Station. Armamos cosas divertidas, y abrimos todos los barrios de Buenos Aires, así que estuvo muy bueno. Encontramos chefs que estaban “cajoneados” en barrios cerrados desde hacía tiempo, platos nuevos… estamos a nivel subatómico y ya me da la sensación de que la cosa se mueve sola (no puedo ver fácilmente todo lo que está pasando), y eso es raro y emocionante.

Ayer fue una Meetup en “Hardware Space” al atardecer. Estábamos aún trabajando a toda máquina, y todavía ando medio enfermo, así que de nuevo tuve que vencer una inercia para ir, aunque sabía que iba a estar muy bueno.

El lugar era buenísimo, un viejo galpón de ladrillos y techos de chapa, onda estación de ferrocarril, adaptado para taller de electrónica. A las 19hs empezó a charlar un cofundador de Skype, Ahti Heinla. Un hombre súper sencillo, que empezó restando importancia a los títulos con que lo presentaban, si bien desde hace décadas trabajó en proyectos súper interesantes.

Habló de que Skype fue uno de los casos raros en que el problema fue que los clientes desbordaban desde el primer día, y no al revés. Habló de que no hicieron “Quality Assurance” como hay que hacer, y lo consideró un error, si bien su producto era mil veces mejor que su competencia. Habló, en otras palabras, del “go big or go home”: “si vas a hacer algo, que sea lo más ambicioso y grande que puedas hacer, para que tal vez llegue al mundo real”.

Contó que cuando se vendió Skype salieron a un bar con los compradores a relajarse un poco, y, después de unas cervezas, los compradores preguntaron cuánto dinero tendrían que poner para comprar el 100% de la compañía. Nunca antes habían hablado de ese tipo de cosas, pero su socio miró (medio borrachín) a los ojos a su interlocutor, y le contestó fríamente “3 billones de dólares” (un número que inventó en el momento, digamos). Risas de toda la audiencia, ese tipo estaba loco, el negocio cerraba sin el 100% de la venta. El comprador dijo “no no, un billón de dólares!”. Y empezaron a negociar esas cifras. Se vendió como a 2.75 billones, pero el punto que quería ilustrar es que las grandes cosas se deciden en momentos así, de la vida diaria. Contó que el contrato de compra tenía 250 páginas, pero el contenido se había decidido en momentos así, relajados, inocentes. ‘Practiquen mucho su “pitch”, porque un inversor les va a dar 15 minutos, y tienen que bombardearlo con sus buenas ideas, sin tiempo para dejar a dudas’.

Ahora que es rico y ya está pasando la mitad de la vida, sabe que va a donar todo su dinero antes de morir, y está escribiendo a dónde. Lo desvelan dos problemas: primero el de la naturaleza, que no vuelve. Después el de la educación, que no ve que sea buena en Primaria y Secundaria, y espera ver un cambio. Aún no está seguro qué, pero ve el sistema actual como fallido.

Después hubo “pitches” de otras startups. La idea de varias era: sacás una foto con tu smartphone a algo (un cartel de un árbol en la calle, una foto o cuadro famoso, una slide de una presentación), al instante se sube a internet, y al instante te conecta con imágenes relacionadas, artículo de wikipedia, la presentación entera original para bajar, etc. Muy interesante.

Luego vino un chico con una caja de herramientas (Backyard Brains), y sacó de adentro cucarachas. Empezó a hablar de que la ciencia quedó relegada al cuarto año de las universidades, pero deberíamos tener acceso real a las herramientas y al método desde la escuela. Extirparon una pata a la cucaracha, la conectaron a un dispositivo que podés hacer en casa, y medían ondas relacionadas al funcionamiento de nuestros cerebros (video en inglés). Están llevando la idea a universidades y escuelas, están en muchos de los países desarrollados, y buscan estar más presentes en Sudamérica.

Conocimos a los chicos de tomoclases.com, un sitio donde vender clases de lo que uno sepa, o para tomar clases de lo que uno desee (con lugar y fecha definidos: presenciales).

Al final fuimos a ver impresoras 3D creadas con Arduino (una placa fácilmente programable) de menos de USD 2000. Dado un modelo en 3D dibujado en computadora, una máquina/robot lo reproduce con plásticos en el mundo real. Esto permite a cualquier aficionado hacer sus propias partes, con sus propios materiales, en casa. Cuentan que estas máquinas tienen similar calidad que las que se siguen vendiendo por USD 70.000 a universidades. Los stickers adelante decían cosas así como “Igual que con Gutemberg. Los medios de trabajo en el hogar”. Ahí trabajaba un Ingeniero Aeroespacial, ex Singularity University. Tenían un robot araña que baila, habían creado sus piezas, tenían un helicóptero que manejan desde un iPhone, entre otras cosas.

A quien le interese la electrónica puede ir cuando desee a “Hardware Space”, nos hicieron saber más de una vez. Felices de compartir experiencias. Y, al lado del taller de robótica, un mini stand del Club de la Cerveza, donde comprar unos refrescos especiales para las horas previas a la cena, que siempre está llegando súper tarde.

Quiero que me deje de explotar el cerebro con cada idea que presentan, para poder pensar, aunque sea alguna, más en frío! Me siento como desbordado, supongo que cuando empiecen a caer las fichas voy a entender, aunque sea un poquito, los cambios prácticos que todo esto plantea en el mundo real, cuando los juguetes pasen del laboratorio de un freak a hogares donde crecen niños. Técnica y económicamente es posible, y ya está pasando en muchos lugares.