El Morado
Deportes de mañana temprano, trabajo durante el día, cena tranquila o no tanto al anochecer, y a dormir, de vuelta temprano. Ayer fui a dormir cansado y “curao”; hoy Domingo desperté a las 8am, después de dormir 8 horas. El reloj biológico también incorporó una rutina que me encanta.
Ayer a las 7am salimos a hacer Trekking hacia “El Cajón del Maipo”, que está a alrededor de una hora de la ciudad capital. El camino estaba tan malo que al “Jeep” en que íbamos (llaman “Jeep” a cualquier auto todo terreno, y “jeepear” es un verbo de uso común) se le soltó una cinta de la suspensión, y quedó una rueda tocando el guardabarros. Silvia conducía tan emocionada que no se dio cuenta, le tuvimos que avisar que pare! Y se detuvo también una camioneta de un hombre que trabaja en un proyecto de represa en un valle cercano, y más atrás Mauricio (eramos 8 en dos autos). Silvia dejó el Jeep en la casa de un hombre, cerquita, y el trabajador nos acercó hasta donde empezaría el Trekking. Más tarde llegaron todos, y decidimos hacer un trekking más corto, ya que no sabíamos cómo ibamos a volver a la ciudad! Fuimos a El Morado, que es también un cajón, tan infinitamente bello como cualquier Trekking en la Cordillera de los Andes.
Si bien no estábamos tan alto, ya hay nieve por todos lados. Caminamos por horas, llegamos a una laguna, más adelante a un glaciar que no se veía porque estaba tapado por la nevada reciente. Las chicas que nos guiaban salían a la montaña como nosotros en Pergamino salimos a caminar o a andar en bicicleta, compartían mil historias y experiencias que tuvieron en las distintas salidas. Caminamos por la nieve, vimos aguas termales, una pared de la montaña imponente que cerraba el cajón, hacia atrás un Valle de fábula. Fue todo, además, muy divertido.
Bajamos a la base sin saber aún cómo íbamos a volver, o qué iba a pasar con el Jeep, que estaba como a 15 kilómetros camino abajo. Nunca nadie se inquietó mucho por este problema durante la caminata, no fue tema de charla o para pensar.
Nos separamos, algunos bajamos a dedo, otros caminando, otros con Mauricio. Viajar por esos caminos en la caja de una camioneta es como lo mejor: llenos de tierra, pero sin techo para ir viendo las montañas. En el camino de asfalto nos encontramos todos, Silvia bajaba en el Jeep como si nada hubiera pasado. El hombre que “alojó” el Jeep hizo un arreglo provisorio para la suspensión, así que a las 20hs estábamos cenando en el “Siga la Vaca” de Santiago. Unos decían que el mecánico era un ángel, otros hablaban del destino, otros de inocentes y oportunas casualidades, pero todos entendíamos que todo había salido perfecto, sin siquiera habérnoslo propuesto, como entregados a estar en la montaña con un auto roto, pero de alguna manera confiando en que volveríamos antes del anochecer (cuando se pone frío). Silvia, más sencilla, dijo que eso la caracteriza un poco: “yo siempre tuve buena suerte”.